El
que no piensa como yo, es un ignorante.
Discutiendo con
amigos o revisando foros y páginas relacionadas con política es muy fácil
encontrarse con frases como “no puedo creer que la gente sea tan ignorante para
votar por xx”, o “hay que ser muy tonto para votar por xx”, se alude siempre, también,
a la falta de memoria de la gente como argumento para agredir tanto a las
posturas de izquierda como de derecha.
El egocentrismo
intelectual en política afecta fuertemente a los nervios de quienes lo padecen.
Estas personas no logran comprender cómo hay gente que piensa tan diferente a ellos
sobre materias que éstos creen dominar a tal nivel que sienten que se han
ganado una autoridad para dirimir sobre lo que es una postura inteligente e
informada (la propia) y lo que es simplemente una opinión ignorante (la que
contradice a ésta).
La lógica de
éste tipo de pensamiento puede provenir de muchas fuentes, pero principalmente
es la siguiente: “me considero una persona inteligente e informada, y como tal
tengo una opinión política nacida de la racionalidad y la investigación”, en
eso no hay problemas, es una postura muy común y hasta valorable. El problema aparece
cuando a la lógica recién descrita le sigue esto: “… y como tengo una opinión política
racional e informada, quien no llegue a las mismas conclusiones que yo, es por
ende un idiota, un ignorante o un mal intencionado”.
Y ahí está el
problema: Tanto Marx como Friedman fueron personajes de la historia que muy
poca gente se atrevería a tratar de ignorantes o de irracionales, ni siquiera
sus más acérrimos detractores se aventurarían a tales calificativos, pero a
pesar de ser grandes mentes, con una vasta cultura, ambos llegaron a
conclusiones extremadamente diferentes con respecto a la economía y el manejo
de una sociedad. Pasó lo mismo con Hobbes y Rousseau en el área de la moral
humana. ¿Cómo puede llegar a pasar esto si se supone que la racionalidad y el
conocimiento deberían dar una conclusión, al menos relativamente, homogénea?,
adelantemos una respuesta: la racionalidad puede justificarlo todo, incluso los
opuestos.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg9aRNiew4G9129eqpUtpJ9YMCDqL-A5lfcKyWoOTPlsgVJSfGcrLJkc8FmAq2wvCd83c0XeeZMb6MxUR0rdSINlnGG-2MrWXBExu-v8MxShYmTBbL3__0Je8Z1yP8L7jRM4AmZuKjGZd8/s1600/Doc+Maturana.jpg)
En resumen: El
“por qué” de nuestras opciones políticas no es mucho más complejo que el “por qué”
de la elección de nuestro equipo de fútbol favorito o nuestra música
predilecta. En todos esos casos la decisión fue tomada por pasión y sólo después
de eso creamos un aparataje racional que fundamenta esa emocionalidad. Pero el
egocentrismo intelectual se negará a ver la génesis de la decisión y preferirá
pensar que ésta surge solamente de una decisión racional, únicamente fundada en
lógica e información que la respalda y la validad por sobre otras decisiones.
Ni el derechista
ni el izquierdista (ni quienes participan de otras posturas políticas) son
personas sin capacidad de racionalizar el mundo, y tampoco son personas per sé
ignorantes, así como tampoco el decidir adherir a estos pensamientos los
convierte en eruditos dominadores de un concepto tan inexistente como la
“verdad”. Todos los humanos somos personas inteligentes, y si las decisiones
políticas de alguien son extremadamente diferentes a las propias, no sería
recomendable desconfiar de su capacidad intelectual o su manejo de la
información, solo debemos recordar que tanto sus decisiones como las nuestras
nacen de algo tan imposible de contradecir como lo es un laudo pasional basado
en experiencias que es posible que ni el mismo actor de éstas pueda recordar o
conceda relevancia.
Las posturas políticas son juicios, no afirmaciones.
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