¿Cuánto más terribles
son las armas químicas que las armas “convencionales”?
Desde enero de 2011 hasta la
fecha en que este artículo fue redactado (31-08-2013) hemos visto cómo el
pueblo sirio se divide en dos facciones irreconciliables que han optado por el
uso de armas para dirimir un vencedor en un conflicto de extrema violencia y
odio, componentes normales en una guerra, pero que en una guerra civil son
llevados a peores extremos que en los enfrentamientos entre dos o más naciones.
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Un arma química es definida como
un elemento no explosivo que causa daños al organismo mediante la toxicidad de
químicos no biológicos. Esto incluye venenos, gases y contaminaciones
intencionales con fines bélicos.
Las armas químicas no son nuevas
para el hombre, ya en tiempos de la edad de piedra éste utilizaba flechas
envenenadas con tóxicos extraídos de plantas venenosas para matar presas y
enemigos. En el siglo II los chinos lograron sintetizar el arsénico y usarlo principalmente
contra opositores políticos en manifestaciones. También en la antigua Grecia y
en la edad media se solían contaminar las fuentes de agua de ciudades sitiadas
para acelerar la rendición del enemigo. Con el transcurso de los siglos el uso
de humos tóxicos con fines militares fue avanzando lentamente, incluso el mismísimo
Leonardo Da Vinci recomendaba el uso de éstos, así mismo sucedió en el siglo
XVII en Francia, Alemania e Inglaterra, casi siempre en sitio militares a ciudades
enemigas. Pero el real horror del mundo contra las armas químicas, o más
específicamente contra los gases químicos, surgió en la primera guerra mundial.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj1V0XyK96VbG-GcPpfH5hqe71V2zizSfAlwH9Mx1nbfHVyBHsegcBo4ghlUj0-1ysSi68v_oWG66Xl1oSGx_pZEkZpFNp6g3ycCmd36BA-rZirPBVKGmxUSFyOlkBSKRirtyem860eDpw/s1600/Las-armas-quimicas-1.jpg)
No hay duda de que el uso de
gases en el primer conflicto mundial, y más específicamente el uso del gas
mostaza, fue lo que propició la ilegalidad internacional el uso de estas armas,
pues las historia que los combatientes contaban al regresar a sus hogares relataban
las penumbras del uso de los gases contra sus camaradas, lo que creó una
animadversión muy grande en la opinión pública internacional. Quienes aspiraban
estos gases sufrían de una lenta muerte por asfixia, y en el caso del gas
mostaza hasta un simple contacto de éste con la piel podía causar quemaduras
muy dolorosas y hasta letales.
Fue en 1925 que la Tercera
Convención de Ginebra ilegalizó el uso de estas armas para el futuro, lo cual
fue casi completamente respetado en el orbe, salvo algunas terribles
excepciones, como el del ejército japonés contra China en 1938, la Alemania
nazi contra judíos durante la segunda guerra mundial y el ejército iraquí
contra Irán en 1980.
Pero, ¿qué es tan horroroso de
las armas químicas por sobre lo abominable de las armas convencionales? Las naciones
unidas en el concierto de Ginebra en 1925 dijeron que las armas químicas de
todo tipo habían sido condenadas por la opinión pública internacional, y eso
justificaba su prohibición, pero ¿qué arma no es condenada por las sociedades
del mundo?, ¿alguien puede decir que la comunidad internacional está de acuerdo
con el uso de granadas o misiles teledirigidos contra población civil?
La única gran diferencia que
percibo entre las armas químicas y otras armas de alta letalidad es que las
primeras son armas muy económicas de crear y que no requieren mucha tecnología
para ser activadas, por el contrario, las armas convencionales requieren una
gran sofisticación y dinero para ser utilizadas… y eso es una ventaja para las grandes
potencias.
Este artículo no es una
invitación a bajar el perfil de lo horroroso del uso de armas químicas en el
mundo, sino que es un llamado a horrorizarnos tanto por el uso de básicos
revólveres y cuchillos contra seres humanos, que por el uso de armas químicas
contra éstos.
El medio puede ser terrible, pero
lo realmente terrible es el fin. Que las muertes sean suficiente para
escandalizar al mundo, no solo el modo en que éstas sucedan.
Por Luis Felipe Silva Schurmann.
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